domingo, 15 de junio de 2014

Guerra de especies en el centro de la ciudad

¿Cómo podemos caracterizar un conflicto? Primero, se produce un cambio en el statu quo. Segundo, alguien aprovecha la situación en su beneficio. Tercero, alguien sale perdiendo y se resiste, con éxito a veces, fracasando otras. Si en el conflicto uno de los bandos se juega su propia existencia, no está de más hablar entonces de guerra. No amigos, no me he metido a gurú de la política internacional y no, tampoco estoy hablando de Ucrania ni de Irak. Estoy hablando de Viena, y el conflicto que os voy a contar ahora mismo cambiará la cara de la ciudad durante los próximos 20 años. Delante de nosotros se está librando una lucha a vida o muerte, pero es una batalla al estilo silencioso y discreto de las plantas. Sus protagonistas son dos especies, una es dominante y emblemática, la otra un invasor venido del sur. Veamos de qué se trata.

Si alguien me preguntara qué es lo que más me gusta de Viena, le contestaría sin dudar un minuto que lo mejor de esta ciudad son sus hermosos tilos. Unos árboles enormes y frondosos, que florecen durante el mes de Junio saturando el aire de uno de los perfumes más deliciosos. El tilo común (Tilia platyphyllos), de grandes hojas, empieza a florecer a principios de Junio. Le sigue su prima menor, la Tilia cordata, y a finales de mes la especie más aromática: el tilo plateado o Tilia tomentosa. Las dos primeras especies son autóctonas y además de ser habitantes frecuentes de los bosques son muy apreciadas como árboles ornamentales: las mejores avenidas de Viena tienen amplios bulevares de tilos, como la Ringstraße; son además muy frecuentes en plazas y parques. Cuando los tilos florecen abren las heladerías, sacamos del armario los pantalones cortos, se nos olvida la chaqueta en casa al salir por la tarde... Los tilos son los heraldos del verano. Cuando te empieza a llegar su perfume sabes que en unos días podrás ir a nadar al Danubio.

Tilo (Tilia cordata), en flor

Pues bien, los tilos, particularmente Tilia platyphyllos, están en franca regresión como árbol urbano. Los veranos, cada vez más calurosos; los calores, cada vez más intensos; la llegada del verano, cada año un poco antes, y su marcha, cada año un poco después, están debilitando a los ejemplares de nuestras calles de manera acelerada. La sal que se esparce en invierno para fundir el hielo de las calles de la ciudad, y que en principio no debería ser un gran problema para los árboles centroeuropeos, se alía con el cambio climático formando un cóctel mortal para estas especies. La intoxicación por sal, visible en forma de quemaduras en las hojas de los árboles, hasta hace poco un mal que aquejaba a unos pocos ejemplares a partir de Agosto, aparece cada vez antes. Y cada vez son más los ejemplares dañados. Este año he podido ver los primeros árboles enfermos ya a finales de Mayo. Los pobres árboles tienen un aspecto lamentable, llenos de hojas marrones y brotes amarillentos que no logran cuajar. Aunque a veces aguantan año tras año, los ejemplares afectados no sobreviven mucho tiempo. Suelen morir durante el verano, por colapso, o bien son cortados por las autoridades, preocupadas porque un árbol enfermo sea derribado por un vendaval causando males mayores.

Tilo plateado (Tilia tomentosa), enfermo

Durante el verano, los árboles en mal estado son cortados y reemplazados por ejemplares jóvenes. Hasta ahora, haciendo gala de ese conservadurismo tan típico de los austríacos, en el lugar donde había un tilo viejo se plantaba un joven tilo. Pero esto ha cambiado. Ahora, donde muere un tilo, se planta un almez (Celtis australis). Se trata de uno árbol oriundo de la región Mediterránea que tolera perfectamente la sequedad atmosférica y el calor, y parece no ser tan sensible a la toxicidad de la sal como los tilos. Los jóvenes almeces crecen ya con fuerza en la Ringstraße, la mejor avenida de Viena, mientras los tilos languidecen, y además son plantados en los bulevares nuevos, como en el Wiedner Gürtel, recientemente reformado... Recordando a las calles de Madrid, donde los almeces se ven tan frecuentemente.

Tilo plateado (Tilia timentosa), enfermo

El cambio climático ha llegado y nada lo va a parar. Las consecuencias serán malas en unos sitios y quizás buenas en otros. Está claro que unos ganarán y a otros les va a tocar perder. El almez habrá conquistado el centro de Viena a costa de los otros, que pierden la batalla y desaparecerán lentamente. Y las alegrías del verano ya no las anunciará el perfume de la flor del tilo, sino el almez con sus hojas oscuras y ásperas.

Almez (Celtis australis) en Viena

viernes, 6 de junio de 2014

Darwin, en La Serena

La semana pasada estuvimos dando una vuelta por las charcas de La Serena. Hoy, se las vamos a enseñar a un señor inglés. Decíamos que la rareza de muchas de las plantas de las charcas se explica porque las probabilidades de colonizar por casualidad un nuevo hábitat son muy reducidas. Nuestro amigo inglés nos va a ayudar a comprender cómo seres con pocas posibilidades de moverse grandes distancias (plantas diminutas, crustáceos microscópicos, caracoles) se las arreglan para ir de un lado a otro usando medios de transporte poco convencionales.

Los que hayáis andado por los herbazales de La Serena habréis notado cómo quedan los zapatos tras una caminata primaveral. Llenos de pajitas. Y las suelas llenas de barro. Pero, ¿se os ha ocurrido alguna vez pensar que estas fastidiosas “pajitas” que arruinan cordones y calcetines son los frutos de multitud de especies de plantas del pastizal? ¿Habéis tomado alguna vez barro de la suela de un zapato y probado a ponerlo en una maceta y ver si crece alguna planta? Pues a un señor inglés que vivió a mediados del siglo XIX, se le ocurrió todo esto y mucho más, y como resultado de sus investigaciones e ideas nació la teoría de la evolución de las especies. Sí, amigos, estoy hablando de Charles Darwin y de su libro monumental „Sobre el Origen de las Especies“, de 1859. Os transcribo un fragmento aquí:

“I took in February three tablespoonfuls of mud from three different points, beneath water, on the edge of a little pond; […] I kept it covered up in my study for six months, pulling up and counting each plant as it grew; the plants were of many kinds, and were altogether 537 in number”.

“Tomé en Febrero tres cucharadas de barro de tres puntos diferentes, bajo el agua, en la orilla de una pequeña charca; [...] lo mantuve cubierto en mi estudio durante seis meses, extrayendo y contando cada planta a medida que crecía; las plantas fueron de muchas clases, y fueron 537 en total”.

 Elatine macropoda.jpg

Darwin pensó, además, que el barro sería trasportado en los pies de las aves acuáticas, particularmente las que se alimentan en la zona litoral correteando de un lado para otro. En La Serena no solo recibimos la visita de multitud de aves migratorias durante el invierno, sino que además tenemos a las ovejas, que caminan continuamente y van a las charcas a beber. Si bien las ovejas no se mueven ya a lo largo de grandes distancias, las aves recorren miles de kilómetros durante sus migraciones, y es precisamente por esto por lo que muchas de estas pequeñas y raras plantas tienen distribuciones geográficas muy amplias, apareciendo aquí y allá, dispersas por todo el continente europeo y a lo largo de África. Ejemplo de tales especies podrían ser la Elatine macropoda de la foto, una planta diminuta y sumamente rara, que se puede ver aquí y allá si uno busca las pequeñas charcas en que habita. Os transcribo otro párrafo de la obra de Darwin:

“Earth occasionally adheres in some quantity to the feet and beaks of birds. Wading birds, which frequent the muddy edges of ponds […] would be the most likely to have muddy feet. Birds of this order wander more than those of any other; and are occasionally found on the most remote and barren islands of the open ocean; they would not be likely to alight on the surface of the sea, so that any dirt on their feet would not be washed off; and when gaining the land, they would be sure to fly to their natural fresh-water haunts”.

“la tierra se adhiere ocasionalmente en cierta cantidad a las patas y los picos de las aves. Las aves zancudas, que frecuentan los bordes cenagosos de las charcas […] son las más proclives a tener las patas embarradas. Las aves de esta clase caminan más que las de cualquier otra, y se pueden encontrar ocasionalmente en las islas más remotas y desoladas en el mar abierto; no es probable que se posen en la superficie del mar, de forma que cualquier resto de barro en sus patas sea lavado; cuando lleguen a tierra, volarán de seguro a su medio natural en el agua dulce”.

Darwin tenía mucho interés en recopilar datos para sus teorías y hay que imaginárselo con su mayordomo, el señor Parslow, recorriendo los campos y disparándole a las perdices con el único objetivo de limpiarles el barro de las patitas para ver qué plantas crecían de él. Con el tiempo, esta teoría de Darwin ha sido demostrada, y como ejemplo citaremos un artículo de Jordi Figuerola y Andy J. Green (2005), que recolectaron en Doñana las semillas de las patas y el plumaje de multitud de aves que capturaron con mallas. Yo, por mi parte, espero poder contaros pronto cuántas especies de plantas pude cultivar a partir de las pajitas de mis calcetines y el barro de mis zapatos.