viernes, 8 de agosto de 2014

Otro mundo es posible

Quizás alguno de vosotros haya soñado alguna vez con un planeta igual a la Tierra, girando en torno a una estrella idéntica a nuestro Sol. ¿Qué aspecto tendría su superficie? ¿Habría seguido allí la evolución el mismo curso que aquí? ¿Habría evolucionado el ser humano una segunda vez? Esta fantasía es desde luego, compartida por mucha gente y ha sido fructífera, produciendo diversas narraciones e incluso películas, como la británica „Doppelgänger“ (1969) o más recientemente, la americana „Another Earth“ (2011). En ellas se imagina la existencia de mundos paralelos al nuestro donde nuestros dobles campan a sus anchas, dando lugar a tramas más o menos disparatadas.

Esto es un pequeño paso para China, pero una gran patada en los huevos para EE.UU.

Pero, qué pasaría si una tierra igual a la nuestra existiese, aislada, muy lejos de nosotros? Voy a tratar de imaginarme un lugar remotísimo, parecido a mi tierra natal, Extremadura. Habrá colinas suaves y valles amplios hasta el horizonte. Un clima suave y lluvioso en invierno y caluroso y seco en verano. Pues amigos, este lugar existe, y no hay que irse a un universo paralelo para visitarlo. Está a una friolera de 18.000 kilómetros de nosotros. Estoy hablando, por ejemplo, de las Blue Mountains, en Nueva Gales del Sur, Australia.

Las similitudes no acaban en el paisaje. Hoy me gustaría mostraros algunos ejemplos de lo que los biólogos conocen como “evolución convergente” o si nos ponemos chulos, “homoplasia”. Se trata de la aparición de estructuras parecidas en seres vivos que no tienen nada que ver entre sí, pero que viven en medios parecidos y tienen que hacer frente a desafíos similares. Ejemplos clásicos son las alas de los pájaros y de los murciélagos, que aunque cumplen la misma función biológica son anatómicamente muy diferentes. Lo mismo se puede decir de las aletas de los peces y de las ballenas.

En el mundo de las plantas también hay muchos ejemplos parecidos, aunque menos conocidos por el público general. Seguro que todos vosotros conocéis las ahulagas, tojos, retamas, escobas, etc. Son un tipo muy característico de forma vegetativa caracterizada por la presencia de tallos fotosintéticos y una gran reducción de las hojas, que no están presentes durante la mayor parte del tiempo. Las plantas tipo “escoba” se denominan plantas de hábito retamoide, y las que además presentan espinas, como las ahulagas y los tojos, se denominan genistoides. Todas ellas están estrechamente emparentadas y pertenecen a un grupo de la familia de las Leguminosas llamado Genísteas. La mayoría de las especies son originarias del Mediterráneo, y particularmente en España están muy bien representadas.

 Calicotome villosa es común en zonas calizas de Andalucía

En Australia no hay Genísteas, pero un grupo de leguminosas completamente distinto se ha adaptado al clima seco y cálido en verano exactamente de la misma manera y también ha producido formas genistoides y retamoides. Se trata de las Mirbelieas, un grupo de Leguminosas que superficialmente se parece a las Genísteas de una manera muy chocante. Aquí os dejo algunos ejemplos:

El doble de nuestra retama (Retama sphaerocarpa, arriba) es el dogwood, Jacksonia scoparia.

Leguminosas retamoides en España y Australia

Las pinchosas ahulagas de la meseta (Genista scorpius, arriba) tienen su doble en Jacksonia spinosa.

Leguminosas genistoides en España y Australia

Alguno de vosotros me contestará que ambos grupos, las Genísteas y las Mirbelieas, son familia, y el parecido es incluso esperable. Pero aquí viene precisamente lo mejor: el parentesco de Genísteas y Mirbelieas es remoto, y los parientes más próximos de ambas son árboles de las selvas lluviosas de Sudamérica y el oeste de África, con grandes y lustrosas hojas compuestas siempreverdes. A partir de estas especies ancestrales, la evolución produjo de manera independiente y sin conexión alguna, las formas genistoides y retamoides del Mediterráneo y Australia. Como os podéis imaginar, esto es producto de la casualidad, y un vistazo al reino animal os convencerá de ello. Mientras la evolución produjo la cabra y la oveja en la cuenca del Mediterráneo, en Australia se desarrolló un herbívoro equivalente pero muy singular: el canguro. Otro mundo es posible, pero, ¿habría seres humanos en él?

viernes, 1 de agosto de 2014

Usted tiene una deuda de 428 euros... Con un árbol

No todo lo que es útil cuesta mucho, ni todo aquello que cuesta mucho es realmente útil. Piensen en el agua, imprescindible para la vida y sin embargo tan barata que podemos malgastarla en grandes cantidades, o en un diamante inmensamente valioso, pero que no salvaría la vida de su dueño si se encontrara perdido con él en medio del desierto. Este ilustrativo ejemplo se llama “paradoja del valor” y no pertenece a la filosofía budista, sino al libro “La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith (1776), el padre de la ciencia económica. No pensamos mucho en ello, pero es un hecho que nuestra existencia depende completamente de la naturaleza. Ella purifica y oxigena el aire que respiramos, ha formado los suelos que cultivamos, nos proporciona el agua que bebemos... No hay excepciones. Desgraciadamente, a la naturaleza le ocurre lo que al agua en el libro de Adam Smith, simplemente está ahí y su uso es gratuito. No tiene precio, no participa en un mercado, su preservación o destrucción no contabilizan en el PIB. Esta falta de valoración económica, como expone el empresario y asesor Pavan Sukhdev (2008), es una de las causas fundamentales del dramático deterioro de los ecosistemas y de la pérdida acelerada de biodiversidad que protagoniza nuestra época.

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Les propongo hacer un ejercicio mental. Imaginen un árbol cualquiera de su calle o del parque más próximo. Intentemos ahora hacer un escueto inventario de lo que ese árbol hace por nosotros, completamente gratis. Veamos qué servicios nos presta.

Primero y más evidente: oxígeno para respirar. Un árbol de parque sano y bien desarrollado puede producir unos 90 kg de O2 al año (1). O lo que es lo mismo, la cantidad de oxígeno que respira un hombre adulto durante unos 100 días (2).

Imagina que los árboles dieran wifi gratis

Segundo: fijación, o como se dice ahora, “secuestro” de carbono. Los árboles, gracias a la fotosíntesis, asimilan el CO2 del aire incorporándolo a su biomasa y liberando oxígeno. Este proceso es la clave del ciclo del carbono y posibilita la habitabilidad de nuestro planeta, ya que si el CO2 de las emisiones naturales no tuviera un sumidero, las temperaturas de la superficie de la Tierra aumentarían hasta llevar a todas las formas de vida que conocemos al colapso. Contabilizando sólo la madera seca, nos encontramos con que el hermoso plátano de sombra que veo desde mi ventana ha retirado de la atmósfera más de dos toneladas y media de CO2 durante sus 40 años de vida (3). Si tenemos en cuenta que un coche medio emite unas 4.4 toneladas de CO2 al año (4)... No es de extrañar pues que ni siquiera todos los bosques y ecosistemas marinos del planeta den abasto para compensar con la fotosíntesis el CO2 producido por la humanidad.

Tercero: Limpian el aire. En efecto, los árboles son capaces de retener en la superficie de sus hojas partículas contaminantes, como las temibles PM10 (5), originadas mayormente por el tráfico y capaces de penetrar en los pulmones y el torrente sanguíneo, constituyendo uno de los agentes cancerígenos más potentes (6). Son particularmente dañinas durante los meses fríos, en condiciones de sequedad y ausencia de viento.

Los árboles también absorben compuestos químicos tóxicos para el ser humano, neutralizándolos, como los hidrocarburos (HC) y los compuestos orgánicos volátiles (VOCs). Estas sustancias son emitidas principalmente por el tráfico durante los meses cálidos. Las PM10, HC y VOCs son peligrosos contaminantes cuyos niveles en el aire están monitorizados y regulados. La legislación ambiental impone severos límites aunque está demostrado que para las PM10 no hay nivel seguro, y cada incremento de su presencia en la atmósfera está relacionado con un incremento en las tasas de cáncer en la población (6).

Cuarto: Actúan como pantalla solar. La luz ultravioleta es la responsable de las quemaduras solares, y en última instancia, culpable de muchos cánceres de piel. Las hojas verdes, gracias a sus pigmentos protectores, absorben intensamente la luz ultravioleta, cosa que no hacen muchas prendas de ropa veraniegas ni unas gafas de sol de baja calidad. Un dosel de hojas verdes es por ello una fantástica protección contra las radiaciones más dañinas.

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Quinto: Refrescan el ambiente. Los árboles funcionan como enormes evaporadores gracias a la transpiración. Las hojas absorben el calor ambiental y evaporan agua con él, de forma que el aire bajo el dosel verde está más fresco que sobre él. Por eso es refrescante pasear por un bosque en verano. Debido a la transpiración, además, los árboles funcionan como amortiguadores térmicos para los edificios circundantes. No sólo los refrescan sino que además los protegen del viento, contribuyendo a su aislamiento (7).

Y por último, pero no por ello menos importante, hablaremos de cualidades y servicios de orden moral. Los árboles son bellos, y con sus flores en primavera, su verdor en verano y su despliegue de colores en otoño hacen nuestra vida un poco mejor. Una calle con tres especies de árboles es más hermosa que una calle con sólo una, de la misma manera que un jardín es más bello que un parque porque contiene más diversidad de formas de vida. Está demostrado que la introducción de actividades de valoración de la biodiversidad en la escuela a edades tempranas fomenta el desarrollo del niño como ciudadano responsable (8). Estas cualidades morales, para mí de máxima importancia, son muy difícilmente valorables en términos monetarios.

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Tras esta pequeña introducción, quizás no nos sorprenderíamos tanto si recibiéramos una factura con la siguiente relación de servicios: tarifa plana de producción de oxígeno... 25€ al mes. Almacenamiento de Carbono... 100€ por tonelada. Limpieza del aire, eliminación de partículas PM10 y VOCs... 20€ al año. Protección contra la radiación ultravioleta: 8€ al año. Aislamiento parcial de su edificio: gratis el primer año. Total: 428€. Qué les parece? Sí, es verdad, es completamente arbitrario, pero la idea de establecer un sistema de valoración de los servicios ambientales podría ser un buen comienzo para explicarle al banquero, a las multinacionales, al corredor de bolsa y al secretario de economía del gobierno regional de turno que están disfrutando de servicios por los que no pagan, y que las actividades de sus empresas ganan dinero dañando algo que sustenta el bien común, sin ofrecer contraprestaciones. Y hasta aquí, hemos hablado de un simple árbol de calle. De cómo las selvas tropicales regulan el clima mundial hablaremos otro día.

La naturaleza existe al margen de la economía y los mercados. Sin embargo, los mercados, aunque tercamente se obstinen en lo contrario, no pueden existir al margen de la naturaleza.

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Bibliografía

Pavan Sukhdev (2008). La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad - Informe Provisional. Oficina de Publicaciones de la Unión Europea.